miércoles, 12 de septiembre de 2018

Sobre la escritura y los edificios sin luz.




Hace un rato sonó una alarma en mi teléfono, “Fotos” decía. Era la misma que programé ayer, y postergué varias veces para terminar tipo once, lidiando con que la conexión wifi había fallado de nuevo.  Hace un rato sonó y no la postergué.Me paré enseguida y abrí la notebook. 
Fotos. Las fotos de los pibes tocando, del Tino, de Emi y de Naco. Algunas quedaron buenas, otras mucho ruido.
 Los pibes quieren ponerle más onda al tema de las redes sociales y los banco en esa. Un poco hay que venderle el alma al diablo.  Entonces se las mando y mi wifi me implora que lo exija menos, medio que grita “ basta Franco, manda menos fotos, hermano”.  ¿Dos gigabits de memoria no son muchos para unas fotos de ensayo?
Yo no le hago caso y el tipo va por otro lado, “le corto la luz a este y fue”, dice. Entonces todas las luces del departamento vacilan y se apagan, todas eh. Y de inmediato ese ruido general, ese como de robot apagándose. Y lo que escucho después son los guachines de abajo, que estaban jugando al futbol y ahora las luces del estadio se apagaron. Y se alegran los sinverguenzas, ahora hay menos reglas. 
Me asomo al balcón para ver si mis vecinos están en la misma o si realmente fue el hijo de puta de mi wifi. Algunos tienen, otros no. La vecina del camisón se asoma también, que si lo digo así suena como algo medio porno, o que está buena o algo por el estilo. Pero no. Es una vieja, que no para de fumar. A veces me da miedo. 
El verano pasado, me desperté a las seis am para ir a laburar, y desayuné en el balcón. Estuve ahí, en silencio, comiendo una banana y tomando un café, y se me da por mirar para los balcones vecinos. Estaba ahí la hija de mil, sosteniendo el pucho mirando a la nada, apoyada contra la red de seguridad que le habrá puesto el hijo por cagazo a que se caiga. Estaba ahí y me pegué un susto bárbaro. Si, digo “cagazo” y después me regulo y digo “susto", que buenos modales.
Pero si, algunos vecinos tienen luz y otros no.  En algunos departamentos veo que las luces titilan, dudan, amagan y se apagan. 
Y después, casi como un acto de igualdad social, se le corta la luz a las tres torres. 
Ahí tienen loco! Es para todos igual. 


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La noche está barbara, la verdad. Se viene anticipando una primavera prometedora. “Primavera prometedora”. ¿Qué sabré yo del clima no? Pero bueno, no escribo para científicos, lo que quiero decir es otra cosa. La primavera se avecina copada, de birrita y  de balcón. 
Y en eso estoy pensando cuando agarro la notebook y retomo la idea que anoté ayer .
El martes amanecí con un nuevo texto escrito que me disparó para un montón de lugares a los que hace rato no iba. Me dejo tumbado, medio sensiblón. Y cada rato lo leía de nuevo, mientras laburaba, mientras cagaba en el baño del juez, mientras iba en el subte, mientras esperaba al psicólogo.
Y quedé ahí trastabillando hasta que lo sentí caer por las entrañas y archivarse en una especie del almacén que todos debemos tener donde se guardan las verdades que de ahora en adelante sabemos y nos van a regir. “Las imprescindibles” decíamos con Fefe cuando leíamos las poesías de Dardo. Las que tienen que estar. 
Entonces el texto se acomodó por ahí y medio que pude seguir adelante. Pensar en otra cosa, otra escena, otra ficción. 
La escritura me produce eso.
Me arranca la piel, me la perfora y me la saca. Y así quedo, desnudo mientras camino, mientras leo y mientras pienso y mientras comprendo.
Se regenera, la piel. Nace de nuevo, intacta y en apariencia idéntica, pero no. No es la misma. La piel vieja se cayó con el texto anterior. La nueva es esta. Y me ocupa toda la carne hasta componer todos mis costados nuevamente. 
Estas manos y estos dedos, este cuerpo que salió al balcón porque se cortó la luz, estos párrafos que hablan de mis últimos días, de las fotos y de los pibes, de las redes, de la luz, del futbol, de los niños, del cigarrillo, de la vieja, de la muerte, de los miedos, de los vecinos y de mi.


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