lunes, 17 de septiembre de 2018

Radiografía

De vez en cuando -auriculares puestos- lloro en los colectivos. Me invade el agua en los ojos, sin todavía descubrir el por qué. Algún pensamiento, acompañado por un soundtrack que no se si elijo o se me impone previamente, cala hondo y se instala, y qué carajo importa si tenía que bajarme hace unas cuadras o si tengo una señora al lado pidiéndome el asiento, simplemente ya no estoy ahí. 
En esos días, que me veo con la mochila verde y la capucha puesta, me invade el sentimiento de que la vida, además de injusta, es una mierda. Que todo fue programado por alguien que se estaba cagando de risa y ni pensó en las consecuencias.  Y me voy alejando, perdiéndome en mi propia cabeza, pasándome factura, reprochándome, cuestionando hasta por qué doblé en esta esquina y no en la otra.
Otros días,   me alegra ver un niño que abraza a su madre, diosa de su temprano mundo, y me digo que la vida es hermosa, que todo está dado para transcender y ser feliz. Entonces ando despojado, soltando viejas amarras, mientras camino por Las Heras. Sonrío, me veo sonriendo y me gusta, y me adivino un porvenir colmado de literatura e incertidumbre.
Y de ratos soy ese niño que abraza a su madre, y anhelo el castillo de cristal que fue mi infancia de bosque.

A veces me freno en el túnel del subte y pienso en el pibe que veo acurrucado entre frazadas podridas y no me perdono haber estado destapado hace unas horas, porque dejé el calefactor al máximo. Otras veces lo encuentro despierto, leo sus labios “ me ayudarías con una moneda” y subo el volumen en mis auriculares porque es viernes, porque estoy llegando al trabajo y porque no está bien visto llegar serio.
A veces miro el disfraz en la percha, el saco y la corbata, y siento ganas de mandar a la mierda a los jueces, a sus sentenciantes modos del buen vivir, al Palacio de Injusticia y toda su corrupción. Otras veces recibo contento y burgués, por el tiempo que empleo ahí, la paga que gasto en libros, cerveza y porro.
Hay días que agradezco la liviandad de no barajar más que mis propias posibilidades, no disponer sobre otro, ni adecuar mis movimientos por un otro acompañante. Otras días busco, hasta en la calle, al amor que me encuentre, que me arme y me salve. Y hay días en que no quiero ser salvado.
Hay días que quiero escarbar en lo profundo de mi mente y hablarme,gritarme, sacudirme y desahuciarme de miserias. Perdonarme los momentos que no estuve, que no miré, que no pensé y que perdí. Otras veces agradezco la anestesia, la distracción, la fugacidad de los malos momentos.
Hay días que escribo para otros, porque quiero ser leído. El ego es más y necesito del aplauso. Hay días que escribo para mi ex, y solo para ella, disfrazando las preguntas en canciones, maquillando mis reproches en textos de ficción.
Otras veces, más de noche y de prisa, escribo para mí. Aunque en realidad quien lo lee es un Franco mejor, más liviano y analizado, que comprende desde el futuro que quien puso en palabras su mente solo quería sanar.
A veces, solamente quiero sanar. Gritarle a mi viejo que ya lo perdoné, que nunca me hizo nada, que solo fueron formas del querer, que ya entendí.Pero no puedo. Entonces le escribo y lo dejo acá. Quiero decirle que lo amo, que yo soy el, todos los días de mi vida.
A veces lloro en los colectivos, porque me acercan y otras porque me alejan. A veces porque me llevan a lugares que pertenezco y otras porque no encajo, a veces porque me confirman chillando y largando humo que yo no soy esto, que este es un cuento que me inventé. Ese de la seguridad económica, ese del ritmo rápido y progresista de la ciudad, ese de ser un hombre útil para la sociedad. Un engranaje.
Y algunas veces, veo un niño, que palpa sin mirar la mano de su madre y sabe que está a salvo, que nada lo podrá afectar. Que hay un gigante que lo cuida.
Otras veces no siento nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario