Estuve pensando durante la ducha en una palabra que pueda resumir una sensación que me dejaste en el cerebro, hace ya varios años.
Elegí, rendido, que sea imprimir. Un verbo que no quisiera mezclar en algo que se supone sea un recuerdo. Imprimir imprime una impresora, y no quiero meter semejante artefacto del mal acá. Quizás lo que busco sea la palabra tatuar, como los tatuajes que yo
Mismo elegí inmortalizar en mis brazos. Me gustaría que esta escena pueda borrarse alguna vez, como los tatuajes de la playa, o que pueda archivarse eternamente comprimiéndose poco a poco hasta ser un átomo. Comprimir, otra vez un verbo de índole tecnológico.
Estábamos en Uruguay, en la cama de un hotel que nos hacía reir de lo lujoso, en una habitación que soñábamos se convierta en nuestro departamento y quedarnos ahí para comenzar una vida juntos. La playa cerca, una mini heladera, dos whiskies que había comprado en el free shop y con el correr de los días, encontraría la manera de conseguir porro. Estábamos hechos. Pero todo eso no era real. Eramos muy chicos todavía para cruzar semejante charco, para renunciar a todo.
Vos ibas genial con la carrera, yo empezaba a mentirme con el derecho, vos no te hubieses animado, yo solo tampoco. Yo te hubiese seguido donde vos guies, como dice la canción.
Uno nunca, o rara vez, es consciente del momento en que esta perpetuándo (encontré la palabra) un recuerdo. Ni sospecha el instante exacto en la que una simple canción pasará a encolumnar las filas eternas de la mente. Si se pudiese, quizás, algunos optaríamos por irrumpir esa escena donde dos se prometen y acarician desnudos los dedos, y casi en puntas de pie, alterarla para la posteridad. Para que después no duela tanto.
Estábamos sobre la cama y yo te iba desvistiendo. Suspendí el hermoso arte de desnudarte para besarte la panza, esa que unas horas antes te había puesto paranoica por un improbable embarazo. La besé muchísimos segundos hasta que me dijiste lo que ahora me trae a escribir en este cuaderno, en un intento desesperado de arrancarlo de mi cabeza. No puedo aguantar hasta llegar a Buenos Aires y abrir la notebook. Necesito escribirlo ya, ahora, en este cuaderno que me recuerda a cuando empecé, de chico, a escribir.
Te besaba la panza y me dijiste que no tenías dudas de que sería un gran padre, que querías, más adelante, que tengamos un hijo. En cuatro años, dijiste.
Eramos muy chicos, eso lo supe hasta en ese momento. Pero uno no elige las palabras que va a retener para siempre como una promesa en su cabeza.
Quizas fue la cama del hotel, o nuestro tacto. Quizás fue que podría haber sido, con seguridad éramos muy chicos.
Hace tiempo que no escribo en papel, debe ser por eso que me duele la
Mano. Hace tiempo no te pienso con tanta fuerza, debe ser por eso que me duele y me aprieta el recuerdo.
Estoy seguro que éramos muy chicos y que la mano, mientras siga escribiendo, va a dejar de doler
No hay comentarios:
Publicar un comentario