Hay que matar al perro dijo alguien desde la cocina
Y lo que vino después fue el ruido de la pava
Apoyándose en la mesada de piedra
“ Mordió al hijo del dueño” siguió la voz
que era mi madre
Y las siguientes horas se hicieron pesadas
y en silencio
El perro estaba escondido.
Hace dos días que sabia su destino
y entre las ramas caídas
por la tormenta
se acomodó sigiloso
Si no hubiese sido domingo
no habría nadie en la casa.
Nadie buscaría al bicho escondido
Ni se gritaría su nombre por vez primera
desde cualquier lugar de la estancia.
Si no hubiese sido domingo
No habría dueños de nada
Ni perros agazapados
defiendo su porción de tierra
Cuando lo encontraron
se gritaron las cosas que se gritan
cuando se festeja algo
Y el perro no comprendía
si su suerte había cambiado
y había sido perdonado
Nada de eso,
con un lazo lo acercaron
y dos peones lo rodearon.
Los dueños, a unos metros arrimados entre si
esperando que otros se encarguen
de darle muerte a ese animal.
El hijo del dueño lloriqueaba sin mirar
“ No es para tanto” se decía para si
No se tapaba por el perro,
se tapaba por su padre
a quién jamas había visto llorar.
Un peón también lagrimeaba
Y este si, por el perro.
El otro que era más viejo
Hundió el cuchillo,
y le tapó con hojas el lugar de la herida.
El que lloraba la muerte era mi padre
Que cargó al perro en la carretilla
hizo el pozo
y siguió llorando
hasta que la tierra
tapó esa vida apagándose.
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