viernes, 17 de abril de 2020

El hijo del dueño


Hay que matar al perro dijo alguien desde la cocina
Y lo que vino después fue el ruido de la pava 
Apoyándose en la mesada de piedra
“ Mordió al hijo del dueño” siguió la voz
que era mi madre
Y las siguientes horas se hicieron pesadas
 y en silencio

El perro estaba escondido.
Hace dos días que sabia su destino
y entre las ramas caídas 
por la tormenta
se acomodó sigiloso

Si no hubiese sido domingo 
no habría nadie en la casa.
Nadie buscaría al bicho escondido
Ni se gritaría su nombre por vez primera
desde cualquier lugar de la estancia. 
Si no hubiese sido domingo
No habría dueños de nada
Ni perros agazapados 
defiendo su porción de tierra 

Cuando lo encontraron
 se gritaron las cosas que se gritan
 cuando se festeja algo
Y el perro no comprendía 
si su suerte había cambiado
y  había sido perdonado

Nada de eso,
 con un lazo lo acercaron
y dos peones lo rodearon.
Los dueños, a unos metros arrimados entre si
esperando que otros se encarguen 
de darle muerte a ese animal.

El hijo del dueño lloriqueaba sin mirar
“ No es para tanto” se decía para si
No se tapaba por el perro, 
se tapaba por su padre
a quién jamas había visto llorar.

Un peón también lagrimeaba 
Y este si, por el perro.
El otro que era más viejo
Hundió el cuchillo, 
y le tapó con hojas el lugar de la herida.
El que lloraba la muerte era mi padre 
 Que cargó al perro en la carretilla 
hizo el pozo 
y siguió llorando
hasta que la tierra 
tapó esa vida apagándose.

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